miércoles, 6 de marzo de 2013

COMENTARIO DE TEXTO: TALLER DE MICRORRELATOS

Es el momento de que MªJosé Cano, profesora de Lengua y Literatura del "Celso" nos encandile con su relato, narración,...

COMENTARIO DE TEXTO

 
         Un terremoto brutal devastó Nicaragua en mil novecientos setenta y dos. Aquella fue la primera catástrofe humanitaria, como diríamos hoy, que registré en mi memoria y me afectó profundamente porque, en esa época, mi profesor de gimnasia era nicaragüense. Lloré muchas noches imaginando que su familia pudiera agonizar entre escombros, como los protagonistas de los reportajes, que entonces se llamaban damnificados y hoy víctimas de, y recuerdo lo orgullosa que me sentí de mi madre cuando, tan conmovida como yo, decidió ayudar a mi profesor (hoy diríamos solidarizarse con) y, al igual que otras muchas madres, esperó a la salida de clase para entregarle un sobre con varios billetes –lo que entonces se llamaba donativo y hoy colaboración desinteresada.

         Mi profesor recibió los gestos maternales con sendos apretones de manos y todos estuvieron de acuerdo en suspender las clases de gimnasia durante un tiempo para que él pudiera regresar a su país (entonces decíamos su tierra) y ayudar a sus compatriotas (que se llamaban paisanos).

         Pero las clases se reanudaron enseguida, impartidas esta vez por un profesor filipino y cuando, poco después, regresó desde Managua el que hoy llamaríamos titular, descubrió que su puesto ya estaba ocupado y no precisamente por un sustituto ya que, como informó el director del colegio, el filipino cobraba menos y eso estaba muy bien.

         Sin embargo, el precio de la clase de gimnasia se mantuvo inalterable porque con lo que el colegio pensaba ahorrar en el salario del filipino (y algunos podrían llamar plusvalía) se iban a afrontar mejoras necesarias, que nunca llegaron a ejecutarse, en las instalaciones (hoy, infraestructuras) del colegio.

         Meses después, algunas madres como la mía se reunieron (en jerga actual, se movilizaron) para localizar a mi antiguo profesor y regalarle una bonita cesta de Navidad, y regresaron tranquilas y satisfechas a casa (o sea, realizadas) después de comprobar que él, aunque un tanto desmejorado, reconocía su detalle con lágrimas de agradecimiento.

         Hay cosas que nunca cambiarán de nombre.

María José Cano

(Lengua y Literatura)

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